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Reflexión 16 diciembre 2024

Navidad, una historia de fe

La palabra “Navidad” proviene del concepto latino nativitas (natividad), que significa nacimiento, y con él hacemos referencia al nacimiento de Cristo, que celebramos cada 25 de diciembre. No obstante, sabemos bien que en ninguna parte de la Biblia se habla de la fecha exacta del nacimiento de Jesús, lo que hace suponer que, para el hagiógrafo, es decir, para quien pone el texto por escrito, y para la comunidad cristiana primitiva, el dato exacto no tuvo relevancia mayor.

La celebración de la Navidad como hoy la conocemos nos habla más de un acontecimiento que de una fecha, y, en tanto acontecimiento, fue reconocida oficialmente unos 300 años más tarde a la pascua de Jesús. En concreto, tras la conversión del emperador Constantino al cristianismo, se posibilitó que la fe en Jesús y la celebración de la Navidad -junto a los distintos momentos en torno a la vida y muerte de Cristo- se pudiesen públicamente confesar, comenzando a tener relevancia cultural de un modo mucho más preponderante. Lo que constatamos es que, cristianamente hablando, la celebración navideña se vive o se debiera vivir mucho más en torno a un acontecimiento que a una fecha, en donde lo relevante es aquello que se celebra por sobre el dato cronológico.

En efecto, los primeros cristianos se basaron en una tradición judía que fijaba, para los profetas, su fecha de fallecimiento y de su concepción en el mismo día, lo que hizo coincidir la muerte de Jesús con su nacimiento nueve meses después, fijándose para el 25 de diciembre.

Esta fecha coincidía con la celebración del Sol invictus del imperio romano, celebración dedicada al Dios sol, celebrado cuando la luz del día comenzaba a aumentar después del solsticio de invierno. Así, el acontecimiento del Dios encarnado predominó, permeando de espíritu cristiano la cultura de occidente y transformándose en una realidad que encontró amplia acogida. La humildad, la esperanza, el valor de la fragilidad comenzaron a verse fortalecidos con la llegada del pequeño niño, y el Dios hecho hombre, que quiso poner su morada entre nosotros, fue eclipsando del todo a la fiesta del dios Sol, devolviendo la conciencia frágil a la humanidad, llenándola de inspiración.

El Espíritu del Dios hecho hombre, que revela toda su grandeza en la sencillez del acontecimiento de la Navidad, hizo volver a la cultura occidental la eterna pregunta por el sentido de lo pequeño. La fragilidad se levantó sobre la fuerza, reorientando el impulso de un acontecimiento transformador y perdurable, expresado en la radical fragilidad del niño que nace entre nosotros. He aquí el gran misterio de Dios, que eligió el camino de lo débil para llenarnos con su grandeza, camino que nuevamente tenemos la posibilidad de transitar.

En conclusión, la celebración de la Navidad conjuga elementos propios de la fe y la espiritualidad cristiana, con aquellas variables que desde el mundo civil contribuyeron a comprenderla como un evento transformador. En efecto, la Navidad es mucho más que una fecha, es un acontecimiento que nos remonta a una continua esperanza que se renueva cada año, y nos invita bajo la figura del sol victorioso a esperar el día de la luz que no tiene ocaso, posibilitando que el hombre y la mujer de fe vivan en la entusiasta espera de aquello que eclesialmente celebramos, actualizándola en cada momento de nuestra existencia y llenándonos en su fragilidad de plena humanidad. ¿Qué representa en mi vida el tiempo de Navidad? ¿Cómo puedo acercarme de mejor modo a vivir Navidad como un acontecimiento? ¿Qué pasos podré dar para extender la Navidad en cada momento del año y de la vida entera? ¿Cómo puedo hacer que sea Navidad en mi vida de un modo permanente?

“Es Navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás. Es Navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro. Es Navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad”.

Santa Teresa de Calcuta