Tema central de la predicación de Jesús es el Evangelio, la buena noticia, del reinado de Dios. El Nazareno es efectivamente el Enviado de Dios que junto al Reino de Dios trae la salvación. En este sentido, tanto sus milagros como el perdón de los pecados, sus curaciones y exorcismos, sus palabras de consuelo y su costumbre de comer con la gente sencilla son signos de la llegada del Reino. Por ello, acuden a Él los paralíticos, los ciegos, los leprosos, las mujeres, los hambrientos, las viudas, los pobres. Y todos ellos encuentran remedio para sus males. La soberanía de Dios se hace presente a través de las acciones, actitudes y enseñanzas de Jesús.
El Reino de Dios significa la proximidad de Dios que se manifiesta en el aquí y ahora dando vida, fraternidad y felicidad para todos y todas. Ante esta tremenda buena noticia no cabe sino una respuesta libre del ser humano que manifestando su alegría por el don recibido asume igualmente la tarea que conlleva el programa salvífico y liberador de Jesús. Es más, el Reino entraña en definitiva la superación de la muerte. Por ello, se nos promete la resurrección. Este reinado trae paz, misericordia y amor entre los seres humanos e implica, en fin y con todo, plenitud de vida y salvación de la muerte.
Esa tarea de hacer presente el Reino incitaba a que sus contemporáneos lo identificaran con el Mesías esperado, el Rey de la dinastía davídica que haría posible el restablecimiento político de Israel, la liberación definitiva del Imperio romano que en ese momento los oprimía. Ese restablecimiento sería obra del Rey Mesías, descendiente de la Casa de David. En contraste con esta visión política del Reino, Jesús no se presenta ni actúa como Mesías político ni viene a instaurar un reino desde el poder. Su mensaje es propositivo y pacífico. Buscando la originalidad del mensaje en el Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que Jesús entiende el Reino de Dios no en sentido político–nacional, sino como una realidad de alcance universal. Es, por lo mismo, la realidad humana, personal y social, incluso cósmica, en la cual Dios ejerce su soberanía desplegando su voluntad.
Esta cuestión crucial sobre el estilo de la realeza de Jesús reaparece precisamente en el diálogo entre Jesús y Pilato (Jn 18,33-37). Y se destaca la afirmación de Jesús: “mi Reino no es de este mundo”, es decir, no se rige por los criterios mundanos de poder y dominación. Junto con excluir un reinado nacionalista judío sobre las demás naciones, su concepción del Reino implica siempre servicio y, en consecuencia, un cuestionamiento de todo poder autoritario y violento (Mc 10,35-45). Jesús muere crucificado siendo fiel a su misión y visión de un Reino sin el poder que entonces se esperaba.
El Reino de Dios es presente y futuro al mismo tiempo, ya es una realidad operante en nuestra historia. Sin embargo, sigue siendo futuro porque está todavía pendiente su plena realización. Y por ello el Nuevo Testamento aguarda un cumplimiento y culmina con la promesa del Señor: “Sí, vengo pronto…” (Ap 22,20). De este modo, la comunidad cristiana espera una manifestación visible de Jesucristo que consumará la historia y vincula el reino futuro de Dios con la Segunda Venida, con la Parusía del Señor: entonces tendrá lugar la plenitud del Reino, y la humanidad y el mundo se verán transfigurados y conocerán la plenitud de la vida y la felicidad pues “no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,4). Entretanto, los discípulos de Jesús están llamados a vivir al servicio de un “reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de Cristo Rey).
¿Qué signos del Reino me llaman más la atención? ¿De qué modo podemos acoger personal y comunitariamente esta buena noticia del Reino de Dios?
“Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios… La propuesta es el Reino de Dios… se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales… El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo…”
Francisco, Evangelii Gaudium, 180-181.