Han pasado 22 años desde la última publicación del poeta temuquense Aldo Villarroel (1966). Eso no significa por motivo alguno que haya estado alejado de la literatura y el arte. Como bien ha dejado en claro en esta entrevista, se toma su tiempo para construir sonetos o poemas breves, con la misma delicadeza que un japonés medita para construir un haiku.
Villarroel fue uno de los cinco finalistas de la primera convocatoria de poesía Yosuke Kuramochi, realizada por la Universidad Católica de Temuco, mención que hoy le permite presentar “El raído género”, su nueva obra, compartiendo con nuevas generaciones de colegas de versos como fueron los ganadores Felipe Caro y Carla Llamunao.
Para el también acuarelista de 59 años, este reconocimiento lo emociona profundamente, ya que le permite conectar sus dos pasiones en esta publicación que, a partir de su título, genera una especie de meditación por la intimidad más profunda como es el hogar y, sobre todo, los espacios que uno habita.
Villarroel, que por estos días aparece en la calle como profesor de lenguaje sin esconder el caparazón de hablante lírico, bien sabe que la poesía no se enseña, sino se vive, como le enseñó Borges, uno de sus autores de cabecera.
“El raído género” se suma a un trabajo que comenzó con Arrebol (1985), siguió con Tierra de Hojas (1987), y luego se suman En siete palabras se van las tardes (1997), y Los boldos aún no reconocen que es otoño (2003). Sin embargo, poco y nada se encuentra de su trabajo por internet, salvo algunos recortes de diarios de finales del siglo pasado, en donde se puede leer que él buscaba escribir para que todos lo entendieran, afirmación que sigue defendiendo.
Frente a este nuevo trabajo que aparece por Ediciones UC Temuco, el autor da cuenta de este regreso con poesía fresca, cultivada con tinta y tiempo.
-Aldo, leí una entrevista tuya del año 88, donde decías que escribías para que te entiendan todos. Siempre se hace hincapié en que la poesía hay que comprenderla. Ahora que estás cerca de cumplir los 60 años, ¿cómo sigue esa búsqueda en torno al entendimiento con el otro?
Me trae muchos recuerdos esa publicación, porque estaba estudiando todavía en la universidad. Y claro, andaba en una búsqueda que yo creo que fue variando un poco. Al principio, era tratar de establecer un concepto, fijándome mucho en las formas que utilizaba más que en el contenido. Andaba muy quieto, también de acuerdo a las lecturas de la época.
Encuentro que con el tiempo he podido ir uniendo cosas, y creo que he logrado una ruptura de la forma, de lo establecido. De hecho, en mis últimos textos evito las mayúsculas, salvo los títulos, no utilizo signos de puntuación, para enfocarme un poco en esa parte. Cosa que no es nada nueva, pero uno puede evocar esa libertad que le da mayor fluidez a la lectura, cuando uno se centra en el contenido, en lo que dice el poema, y puede abordarlo con mayor fluidez.
Lo que sí he conservado es lo breve, me encanta que la poesía diga mucho con pocas palabras. Recordando un poco esa ruptura, lo conocí gracias al poeta chileno Juan Cameron, también lo maneja Jack Kerouac en los años 60.
Lo otro también que incluí junto al tema de la literatura, siempre me ha llamado la atención también el pintar y el dibujar. De hecho, la mayoría de las portadas de mis libros incluía uno de esos trabajos. Siempre me acuerdo de que me preguntaban por qué no unía ambas cosas, y eso es lo que me alegra de este último libro, porque incluye también trabajos míos, dibujos y acuarelas.
-“El raído género” es un título directo. Hay muchas cosas que se pueden romper, los músculos, el corazón o la mente. Contiene poemas románticos, así como trágicos, se nota algo que duele. ¿Cómo fue llevar esos sentimientos a la brevedad que caracteriza tu poesía? ¿Cómo fue combinar ambas artes? Me remite a otro escritor chileno, Adolfo Couve, que mezclaba letras y pinturas.
Marcelo Garrido, el prologuista, lo describe muy bien. Puedo adelantarte la polisemia que tiene, la infinidad de significados que cada uno le puede aportar. Ese es el objetivo también del título, la palabra género da mucha amplitud. Puede ser, no sé, desde el género literario hasta la familia, un género lírico o literario, ¿me entiendes?
El raído también es un concepto muy amplio. Estaba leyendo que en los rituales funerarios de los israelitas se rasgan una tela, un tema bíblico igual. Eso es lo que encuentro entretenido. Hay una unión muy grande entre la imagen visual y la imagen de la palabra, la imagen mental. La poesía nos da una forma de percibir, de codificar el mundo. Imagínate que encuentro muy entretenido poder escribir sobre un dibujo, escribir sobre una pintura que estoy haciendo, posteriormente a este trabajo que va a ser publicado, hacer un diálogo entre imágenes, y no solamente mías. Por ejemplo, algunos poemas de Andrés Sabela, a los cuales imaginé un dibujo, algo en movimiento. Me entretiene mucho poder relacionar la fotografía y las imágenes con la poesía.
-Son 22 años sin publicar un libro. Un poeta aunque no publique sigue siendo poeta. En ese período, estuviste enfocado más en lo visual, con una exposición en IP Chile hace dos años.
Como una vez escuché a Jaime Quezada, él decía que era un poeta larvario, porque publicaba cada 10 años. Mi última publicación fue en 2003 con “Los boldos aún no reconocen que es otoño”.
Eso no significaba que no he estado vinculado a la literatura. He hecho talleres, he participado en lanzamientos de libros, escribiendo prólogos, o exposiciones de arte. Me interesa mucho publicar algo que lo haya autocriticado bastante. Me cuesta llegar y publicar. Estos poemas son una selección de muchos años, de la misma forma que lo he hecho cuando he expuesto pinturas. Para llegar a una curatoría, poder destacar una cantidad de obras, para mí requiere mucha preocupación.
Eso se relaciona con el tiempo también. Aquí hay poemas de muchas épocas, pero logré armar el corpus, porque me enfoqué en el concurso, tenía que tener un tema central. Y siempre me ha gustado el tema de la casa, del hogar, la habitación. Son textos que trabajé mucho en la casa, sobre todo en la pandemia. Me enfoqué mucho en esa temática.
-¿Cómo decidiste la mezcla visual y poética que la gente podrá acceder en el libro?
Son pinturas hechas durante el tiempo sin publicar. Traté de poner también unos trabajos nuevos que son dibujos diferentes. Uno tiene un camino, un trayecto en la escritura, igual a través del dibujo y de la acuarela. En ambos comparto una búsqueda. Esos dibujos son especiales porque tratan de salirse del esquema tradicional. Son figurativos, pero con un enfoque especial y relacionados con los poemas. Se incluyen nueve imágenes de dibujos y pinturas. Es un libro que se preocupa mucho del lector. Ha sido una experiencia muy gratificante.
-Con este libro fuiste uno de los cinco finalistas de la Primera Convocatoria “Colección de Poesía Yosuke Kuramochi”, un concurso inédito para el panorama literario regional. ¿Qué significa este nuevo reconocimiento en tu carrera?
Me enteré del concurso a través de las redes sociales y, por las características y su premio, lo vuelven muy importante. Yo he ganado varios premios, algunos económicos, pero encuentro que el mejor premio es publicar, es el mejor de todos que he obtenido. El 2000 obtuve una beca del Consejo Nacional del Libro, pero encuentro que me da mucha más alegría, que el premio sea una obra publicada y por tan buena editorial. Uno sabe que cuando uno publica, uno deja los pies en la calle, uno hace todo y también me encanta, pero acá ha sido para mí un honor, un privilegio que esta colección haya incluido mi poesía y haya quedado tan bonito el libro, no digo porque sea mío, sino una edición realmente de lujo.
De todas formas iba a participar porque tuve el privilegio de haber sido alumno de Yosuke Kuramochi, tuve el privilegio de que él me hiciera clase.
-Cómo fue tu relación con Kuramochi?
Yo estudié pedagogía en castellano en la Universidad de La Frontera. Luego, la Universidad Católica de Temuco abrió un concurso para poder acceder a estudiar licenciatura, aunque fueran de otras instituciones. Yo ya era profesor e ingresé de nuevo a la universidad, y tuve la suerte de que él me hizo clase. Como ingresé por un programa especial, los otros alumnos de licenciatura ya tenían otras asignaturas, yo era su único alumno cuando impartía una cátedra dedicada a las claves en la literatura occidental, muy holística, muy interesante.
Él llenaba la pizarra de conceptos, para mí era muy agradable, y de pronto se rompía un poco esa clase, y hablábamos de poesía, de arte, porque también aparte de ser profesor y todas las virtudes que tenía, pintaba. Por eso, de todas formas, quise postular al concurso.
Fue una alegría enorme cuando supe que había quedado seleccionado, el disfrutar de todo ese proceso. Para mí es muy importante que Carlos Lloró también haya sido el editor, con un cuidado muy sutil, muy detallista de cada palabra.
-Este concurso hace un claro homenaje a El Viento en la llama, otra colección de poesía que apareció en la década de los 60’s, donde publicaron leyendas como Jorge Teillier o Luis Saavedra. Como lector, ¿qué opinas de ese homenaje moderno?
Al principio, cuando me mostraron los libros de los hermanos Arancibia, que se caracterizaban por una foto del autor en la portada, de unos 13 centímetros de alto, absolutamente de bolsillo,recordé que “El raído género” proponía como portada una de mis pinturas. Encontré un poco vanidoso que apareciera mi fotografía, pero cuando entendí el concepto, me encantó, y cuando vi la fotografía de Mauricio Ascencio, me pareció muy apropiado.
Entre paréntesis, en esa colección yo conocí a Teófilo Cid, leí Nostálgicas Mansiones; a Jorge Telilier con Poemas del país de Nunca Jamás, el cual mientras estudiaba hice exposiciones de libros, y le pedí a los profesores y a otros escritores que me facilitaran los libros para mostrarlos, y ahí conocí esa colección. Encuentro de muy buen gusto ese guiño que se hace El viento en la llama.
-Tu libro reúne poemas de casi dos décadas. Entendiendo que es una obra que reúne tu faceta de pintor, ¿qué artistas u obras te acompañaron en ese proceso?
Me encanta mucho la poesía de Enrique Lihn. De los clásicos, Jorge Luis Borges. Otros chilenos que me gustan son Gonzalo Millán y Carlos de Rokha, son admirables y grandes desconocidos. Me encanta ese trabajo que tienen de antipoesía, el hecho de eludir lo cotidiano de las cosas, como decía Ortega & Gasset, de no ser tan obvio en la poesía.
También están las grandes escritoras como Alejandra Pizarnik, Elvira Hernández, que ganó este año el Premio Nacional de Literatura, grandes poetas como Teresa Calderón o Marguerite Yourcenar.
Podría mencionar a Julio Cortázar, quien también tiene poemas. Como decía hace poco Hernán Rivera Letelier en una entrevista, que la narrativa en las novelas está llena de poesía, y donde aparece la poesía es donde aparece la magia, donde está ese trasgredir lo establecido, la linealidad, lo tradicional, lo histórico de la narración.
A esos poetas los he seguido leyendo. No recuerdo qué acuarelista decía que una obra no se termina, sino que se deja, por eso muchos de mis poemas yo creo que, si los hubiera seguido trabajando, hubieran seguido evolucionando.
Soy mucho de percibir una idea y transformarla en un poema o en una pintura. Muchas veces uno le va agregando o quitando cosas, pero los poemas siguen viviendo. Así llegaron estos textos breves.
-Algunos poemas simplemente son un verso. Aquí hay algo ligado al haiku.
Yo escribo muchos haikus también, con la dificultad que significa. No es tan sencillo, son 12 sílabas, es toda una tradición, toda una forma de ver el mundo también, para escribir haikus.
-Y digamos que no estamos en los tiempos de que la poesía esté respetando la tradición, nos hemos abierto al verso libre.
-Unido a los haikus en el poemario, incluí unos sonetos. Hace un rato te decía algo sobre despojarse de la forma gramatical, pero veo que hasta ahí no más, porque también el hecho de no escribir con mayúsculas, igual lo incluyo dentro de estas formas históricas, como son los sonetos, pero la gracia es que no se note que sea un soneto, como hablar de amor en un poema sin usar la palabra amor.
Cuando estaba hablando de esos autores que me han acompañado, me gusta mucho también incluir lo narrativo en mis poemas. Me han dicho que muchos de mis poemas son verdaderos microcuentos. Me he dado cuenta a través de las críticas constructivas que he recibido.
-Demorarte tanto a publicar es poco común en estos tiempos rápidos, pero al hacerlo, toca la parte de exponer la fragilidad de la intimidad que recorre el arte. ¿Cómo enfrentas exponer tu obra al desnudo del público?
Cuando la obra empieza a vivir y empieza a formar parte de otras personas, uno también empieza a entenderla más, pero, sí, encuentro que no me siento tan desnudo al mostrar la obra en realidad, sino que encuentro que los lectores son los que le dan el sentido finalmente, y me interesa las distintas significaciones que le pueden dar a los dibujos o los poemas.
Por ejemplo, hay una pintura de una casa, y todos le asignan un lugar. Me han preguntado de qué lugar es esa casa, y yo les devuelvo la pregunta, planteándoles qué lugar se imaginan. Y ahí está la genialidad del arte, a cada uno lo lleva a un lugar diferente.